Murakaza neza (Bienvenido)

Día 11 de mayo.

Ya empezaba la emoción desde la puerta de embarque de Bruselas, donde los blancos estábamos en minoría, y una señorita Ugandesa (lo he deducido, porque se ha bajado en Entebbé y no en Kigali), me ha saludado con un cariñoso “hello” cuando se ha sentado a mi lado.

En el avión, he pasado de los Alpes al desierto del Sáhara, para luego encontrarme con el Nilo, teniendo la extraña sensación de que la Madre Elena (mi profe de geografía e historia) ya nos había presentado hace tiempo, pero por fin nos conocíamos. Horas más tarde, después de admirar el reflejo de la luna llena en los pequeños lagos que sobrevolaba, también se podían ver diferencias en el paisaje nocturno, pues desde el cielo se podía ver con menos intensidad el mar de luces al que estoy acostumbrado.

El vuelo ha sido muy puntual y a las 20:30 (misma hora española) ya había pasado el control de visado y estaba recogiendo las maletas. Justo después me han recibido las Hermanas Dolores, Agnes y Consolé (las dos primeras están en Mugina, donde voy a vivir, y Consolé vive en la casa que tienen en Kigali). Enseguida me han reconocido y yo a ellas.

Hablamos en español (Dolores no habla otro idioma) y veo como Agnes y Consolé se defienden perfectamente, aunque con Agnes seguramente hablaré inglés (es india). Cuando hablan en francés (el idioma predominante aquí, después del Kinyarwanda) ya noto que no tiene nada que ver con el francés al que estoy “acostumbrado”.

Nos montamos en su todoterreno y nos dirigimos a su casa de la capital, en el barrio de Kicukiro, donde vamos a pasar la noche. Es de noche y el trayecto es corto, pero África ya se deja ver; tráfico bastante caótico, casas de estructura sencilla, mucha gente en la calle…

Ya en casa, me reciben la otra hermana que está aquí, Rosalie y las novicias, que aprovechan para poner en práctica su español diciendo cada una “¡Bienvenido! Mi nombre es …, ¿y tú cómo te llamas?”, para después enseñarme el saludo Ruandés dando tres besos y luego un apretón de manos.

En la cena puedo ver lo serviciales que son todas ellas, casi ni me dejan levantarme a llevar los platos a la cocina. Y es que el carisma de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana (de ahora en adelante me referiré siempre a ellas como HCSA) es el de “La caridad universal hecha hospitalidad”.

A las 22:00 me instalo en mi habitación con las siguientes advertencias: cerrar la puerta con llave por si entran a robar, no beber agua del grifo en todo el tiempo que esté aquí (da igual en cuál de sus casas) y poner la mosquitera al irme a dormir. Y mañana (por hoy) a las 5:30 en pie para irnos a Mugina.


¡Bienhallado, Ruanda!

Comentarios

  1. ¡Qué alegría, Javi! Todo un mundo nuevo te da la bienvenida. Siguiendo el blog seguiremos los pasos que vas dando. ¡Mucho ánimo, mucha suerte y a no parar!

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