Un día cualquiera

He pensado que igual os gustaba que os describiera lo que podría ser un día normal de estas tres primeras semanas en Mugina, para que os podáis hacer una idea de las pequeñas cosas que hacen este sitio diferente, especial.



No obstante, antes de empezar, me gustaría agradeceros a todos que leáis con interés mis pequeños relatos, y más todavía que me mandéis mensajes después de publicar alguna entrada. También pediros disculpas a los que habéis dejado comentarios en el blog, porque no los había visto hasta ahora (es la primera vez que escribo uno jeje), pero ya los podéis ver publicados. Los aprecio mucho y me llenan de ánimo para seguir escribiendo, de verdad. Así que GRACIAS. (Iba a dejarlo para un posdata, pero no, esto era lo primero)

Ahora sí, vamos a ver cómo transcurre un día normal aquí.

A las 06:45 suena el despertador. Sin embargo, no son pocos los días en que me despierto antes por los cantos de los pájaros y del coro de la misa.

Me levanto, le hago un nudo a la mosquitera (ni muy alto, para poder alcanzarlo desde la cama, ni muy bajo, para que no me moleste al acostarme) y al salir de mi cuarto veo, a través de la puerta y las ventanas, los árboles y flores del jardín iluminados por los primeros rayos de Sol. Para empezar el día, no está mal.

Lo siguiente que hago es ir a rellenar el balde de agua para enjabonarme (el cubo con agua para aclararme lo he rellenado la noche anterior, para ganar tiempo por la mañana). El tiempo que le cuesta llenarse (con un tercio de su capacidad es suficiente) es el que tardo en aliviar la vejiga y hacerme la cama. He ido perfeccionando el arte de la ducha y ya voy cogiendo más soltura con el cazo naranja. También procuro aprovechar el agua al máximo posible, ya que aquí es un bien preciado. Así que procuro mojarme encima del barreño azul para aprovecharla más de una vez, y quitarme la primera capa de jabón con esa agua, y de este modo empleo menos agua para llenar el cubo de “aclarar”.

Dejo el baño y mi cuarto recogidos, y a las 07:10 es la hora de desayunar. Las hermanas llegan de misa y desayunamos todos juntos, no sin antes darnos los buenos días y preguntarnos qué tal hemos dormido.

La primera comida del día cambia bastante en función de en qué parte del planeta uno se encuentre. Hasta ahora no ha habido ninguno del que guarde mal recuerdo, esa es la verdad, y el desayuno de Mugina no ha sido menos: un bollo de pan hecho por Viatore (el cocinero de las hermanas desde hace más de veinte años) partido por la mitad, untado por aguacate recién cogido del árbol situado a diez metros del comedor, con una cobertura de mermelada de guayaba. Perfectamente acompañado por un café Ruandés (cuya exportación ha sido uno de los motores de la economía del país en los últimos años) mezclado con leche de una vaca vecina, y edulcorado con azúcar de caña. Delicioso.

Después de recoger, voy a casa para terminar de asearme, y a las 07:45, con una puntualidad impropia de aquí, escucho las voces de los niños de la guardería que cantan en formación en el jardín, al ritmo del tambor y de los profesores, para luego terminar entonando el himno nacional mirando a la bandera del país, izada en un mástil en el jardín. El canto de los pájaros, el del coro de la misa y el de los niños. No son ni las 8 y ya he tenido estos tres regalos.


A las 08:00, antes de que empiece la jornada, procuro conectarme un poco con el hemisferio norte y leo algunos periódicos. Las mismas noticias de siempre: tramas de corrupción en España, Trump haciendo de la suyas, atentados en Europa y el norte de África, el Zaragoza sufriendo hasta el final… Espera, hoy hay algo diferente, interesante. Esto puede ser muy buena idea para uno de los muchos problemas de la gente de aquí. Hmmmmm, cuando madure y estudie la idea, si la veo factible, os la cuento.

Algunas mañanas he tenido reuniones con personas implicadas en el proyecto (familias, profesores, padres, jóvenes, trabajadores, un agrónomo, directores de otros colegios…). Si no es el caso, aprovecho para conocer lo que hacen las hermanas en la misión; bien en el centro nutricional con Agnes, en la escuela con Clarisse o en el Foyer (os recuerdo, el centro de formación de corte y confección) con Mathilde. Para no alargar mucho este post, y poder contaros con más detalle cada una de esas actividades, me reservo para futuras entradas.


Es frecuente, cuando uno pasea por la misión, cruzarse con alguno de los no pocos trabajadores que cuidan del jardín, los huertos, los animales, etc. Algunos de las labores que realizan parecen de otra época, como airear las judías para separarlas de porquería, machacar el sorgo con dos piedras, o chafar plátanos con la ayuda de unas hierbas y un tronco ahuecado. Lo primero para hacer harina, y lo segundo para destilar una bebida con un sabor difícil de describir, entre una cerveza fuerte, vino y un zumo de plátano. Creo que es lo único de todo lo que he probado que no me ha gustado. Quizás haya que irle cogiendo el gustillo…

  

Antes de comer a las 13:00, me gusta acercarme a casa a poner la mesa y ver qué ha preparado Viatore en la cocina de leña, fabricada en España. De trato amable y siempre sonriente, nos comunicamos en mi pobre Kinyarwanda y en francés. Es un verdadero artista y la cocina siempre huele que alimenta. Creo que otro día os escribiré un post dedicado a la gastronomía local.


En cada comida y cada cena las hermanas entonan diferentes bendiciones cantadas, antes y después de comer, como acción de gracias por los alimentos que tenemos. Yo a veces hago tímidos intentos por unirme, porque ya me las voy sabiendo, pero lo cierto es que me resulta difícil alcanzar su tono.

Desde que terminamos de comer, a eso de las 14:00, hasta las 16:00 más o menos, es el tiempo de descanso, que yo aprovecho para leer algún libro en mi porche, echar una siesta, o escribir la siguiente entrada del blog. Si tengo suerte, viene a visitarme el pájaro azul, rojo y amarillo, cuyo nombre desconozco. Y si tengo más suerte todavía, logro cazarlo con mi cámara.


A las 16:00 es hora de aplicarse con el proyecto. Preparo la próxima reunión, paso a limpio el acta de la reunión anterior, o trabajo en la planificación de la siguiente fase. Esto último es lo que más tiempo nos ha ocupado en estas dos semanas, en los últimos días sobre todo, porque nos han adelantado el plazo que teníamos previsto para presentar el proyecto al financiador principal. Una vez que lo hayamos presentado, os explico bien en qué consiste, os lo prometo (¡si no, vais a pensar que no trabajo nada!).


Sé que son las 17:30 porque oigo cantar en el jardín a Clarisse con las aspirantes (las cuatro chicas que están interesadas en entrar en la Congregación), y, algunos días, justo después, se oye cantar un poco más lejos a un coro que ensaya al lado de casa. Teniendo en cuenta que la temperatura es por lo general idónea, en torno a los 20 y 25 grados durante el día, se hace difícil echar de menos el ruido y el calor de Zaragoza.

Si he terminado pronto de trabajar, aprovecho el rato en que las hermanas hacen su oración para poner en práctica las enseñanzas de Mathilde sobre cómo hacer un collar africano a partir de papel reciclado. Y haciendo abalorios de papel enrollado paso otro agradable rato.

Otra alternativa para este momento final del día es salir a dar una pequeña vuelta y tratar de tomar alguna foto bonita del atardecer. Pero es imposible salir sin pasar desapercibido, sobre todo porque justo al lado de donde me gusta ir a coger fotos suele haber por las tardes un grupo de chavales jugando a la pelota (un barullo de telas sujetados con una cuerda), y me entretengo un poco con ellos. Supongo que muchos de ellos se piensan que por ser umuzungu voy a ser un as del balón, y, ante la atenta mirada de jóvenes y adultos, tengo que tratar de disimular mi torpeza como puedo.



A las 20:00 más o menos cenamos lo que ha sobrado del día anterior y/o de la comida, con alguna ensalada. Y ya por la noche me marcho a mis aposentos, recorriendo el camino entre la casa de las hermanas y la “mía” mirando al suelo por si aparece alguna culebrilla, aunque siempre bajo la guardia un momento para levantar la vista y observar el cielo estrellado.

Para terminar el día, leo alguna página más del libro que tenga entre manos y me voy a la cama tapándome bien con la mosquitera.

Ups, el cubo de la ducha…

Comentarios

  1. Muy bueno, Javi. Hoy sí que hemos visto cuáles son las rutinas. Ten mucho cuidado por la noche al pasar a tu habitación, que las culebrillas pueden ser culebrones peligrosos! Y a ver cuándo nos describes las comidas!

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