Cambio de planes

Tras varias semanas de incertidumbre, mi situación legal en Ruanda por fin se ha definido, y no ha sido como yo esperaba ni deseaba. Ahora que ya me he cambiado mi billete de vuelta, ya es algo definitivo, y os lo comunico “oficialmente”.

(Aviso al lector: la entrada de hoy es más larga de costumbre, así que la podéis dejar como lectura para la noche, si no tenéis ahora mucho tiempo. ¡Pero no os olvidéis de leerla eh!)

Yo estaba convencido de que me darían el permiso de residencia, puesto que cuando pregunté en junio qué necesitaba para ello, en la oficina de inmigración me dieron una lista de documentos que podía conseguir fácilmente, y fue los que presenté en noviembre al llegar.

Tardaron dos semanas en mandarme un primer mensaje, requiriéndome para que les aportara la descripción del trabajo que iba a hacer aquí (cuando ya lo tenían en la documentación que les había aportado) y un supuesto acuerdo de colaboración entre la Fundación y las hermanas (que no existe expresamente), así que les llevé un certificado firmado por la Fundación y las Hermanas, explicando su relación y lo que yo iba a hacer.

Una semana más tarde, me volvieron a pedir la descripción de mis tareas, así que se la llevé, firmada por las hermanas. A la semana siguiente, me volvieron a pedir los dos documentos que me habían pedido en un principio; otra vez a la oficina (que está en Kigali, y en la que suelo esperar una hora y media) para explicarles que ya los tenían.

Pues bien, al día siguiente me mandaron otro mensaje Informándome que mi trabajo no está en su “Occupation demand list”, sin ninguna otra indicación.

Así que volví a la oficina, acompañado de Berthilde (representante de las Congregación en el país) para que nos explicaran qué significaba eso. Tuvimos suerte, porque nos atendió el oficial que se suponía que era el simpático de los que trabajan allí. Nos dijo que en Ruanda hay una serie de empleos para los que se permite dar el permiso de residencia a extranjeros, y otros que no, y que como yo, que soy abogado, no estoy dentro de la lista, no me lo podían dar. Le expliqué que no estaba pidiendo un permiso de residencia, sino el de voluntario (junto con el de religioso, son los tres tipos de permisos que dan), para el que nunca me habían dicho que se necesitara ese requisito. Le conté toda mi historia hasta llegar a Ruanda. Entonces me empezó a preguntar que si no tenía experiencia en proyectos de cooperación, cómo les iba a ayudar, que por qué había dejado mi trabajo, incluso que cuánto dinero tenía ahorrado. A lo último le dije que no era de su incumbencia, pero que estaba aquí para ayudarles a nivel estratégico y que eso lo podía hacer gracias a mi formación y experiencia previa. Berthilde le trató de convencer en kinyarwanda.

Yo había estado convencido desde el principio que me lo iban a dar, aunque me estuvieran poniendo tantas trabas burocráticas, pero la cara del oficial fue cambiando a medida de que estuvimos discutiendo, hasta que finalmente dijo: “ya hemos decidido que no te lo damos, y que tienes dos semanas para irte del país”.

Así es como me sentí aquel día. 
(El papel es el ticket de la fila de espera)

A partir de ese momento ya no hubo manera de seguir razonando con él, y, montado ya en el coche, se me vino el mundo encima. No podía entenderlo, ¿cómo, después de todo lo que ha sucedido, todo lo que he hecho, para estar aquí, no iba a poder quedarme?

Sin saber muy bien qué hacer, nos dirigimos a la oficina de Brussels Airlines del Hotel Mil Colinas (el de la peli “Hotel Ruanda”) para reservar un vuelo, no fuera que me quedara sin, y aumentaran mis problemas.

Ya en casa, llamé a la embajada de España en Tanzania, ya que no tenemos en Ruanda, y me pusieron en contacto con la Cónsul honorario que tienen aquí; una ruandesa que me dijo que últimamente estaban poniendo problemas a los voluntarios, que ella no podía hacer mucho pero me dio el contacto de una monja que ha conseguido tramitar varios visados. Ni esta monja recibió el mensaje que le mandé, ni la Cónsul me volvió a contestar a ninguna de mis llamadas ni mensajes.

Lo siguiente que hicimos fue llamar a un buen contacto de las hermanas, con un alto puesto en la Administración, que nos dijo que iba a hacer la consulta, a ver si podía averiguar qué pasaba, por qué no me daban el permiso.

Pasó un tiempo sin tener noticias y la incertidumbre era agobiante. Mientras, intentaba seguir con mis tareas lo mejor que podía además de comprar regalos para España, por si acaso. Al final, después de hablar con un contacto de nuestro contacto, me dijeron que estaban revisando el expediente, y en estas que un viernes recibí un mensaje de inmigración… ¡diciendo que mi visado había sido aprobado, y que podía pasar a recoger el pasaporte! Imaginaos qué alegría en casa. Cayó alguna lágrima, las novicias alzando los brazos de alegría, y todos dando gracias al Cielo.

Con una sonrisa en la cara fui el lunes otra vez a Inmigración (ya había perdido la cuenta de las veces que había estado) y, tras esperar el tiempo acostumbrado, me tocó acercarme al mostrador. El mismo oficial que me había atendido la última vez, con el semblante serio, me dio el pasaporte. Lo abrí para ver la duración que me habían puesto y vi… 10 de diciembre de 2017. ¡No podía ser!

Se me aceleró el corazón y con la boca seca le pregunto “Pero aquí pone 10 de diciembre, me mandasteis un mensaje diciendo que habíais aprobado mi visado… ¿?”, a lo que me contesta “Sí, lo hemos aprobado hasta el 10 de diciembre”. El día 10 era ese domingo.


Otra vez esa sensación, esa angustia. Llamo a Berthilde desde el aparcamiento y le digo lo que pasa. No entiende. Va a llamar a la persona que nos había intentado echar un cable. Yo mientras voy al Hotel otra vez para volver a reservar un vuelo que ya había cancelado. ¿Por qué lo cancelaría? Ahora habían subido los precios… Berthilde me dice que no lo pague todavía, que lo vamos a intentar solucionar. Me arriesgo a que cuesten una fortuna, o se me acaben los asientos.

Al final, nos consiguieron una reunión con el mismo Director General de Inmigración en Ruanda, que nos recibió  esa semana. Mientras estábamos esperando abajo, nos vio uno de de los oficiales del mostrador de los visados, que escuchó cómo esperábamos a ver al Director, y sus ojos se clavaron en mí.

Berthilde estaba convencida de que el Director, una muy buena persona según le habían dicho, nos iba a ayudar. Tras explicarle otra vez, en inglés y en kinyarwanda toda la historia, se dirigió a Berthilde en su idioma, y yo le pude ir siguiendo cuando le vi gesticular y con algunos anglicismos. Le decía que había tres tipos diferentes de permisos de residencia, e iba haciendo un “no” con la cara tras explicar cada uno de ellos. Obviamente no soy religioso; también entendió que no estaba aquí para trabajar, así que no utilizó ese argumento, que era el que me habían dado abajo; pero al referirse al permiso para ser voluntario, no explicó que las hermanas necesitan tener un acuerdo con el gobierno para poder acoger voluntarios. Yo le dije que en su Ley de Inmigración, que ya me había estudiado, es cierto que decía eso, pero que también existía la posibilidad de acoger voluntarios a las organizaciones internacionales, y que la Congregación se podía considerar tal. No entró a discutir si se podía considerar o no, me dijo simplemente que eso no era así. Me dijo que él no podía ir más allá de la Ley.

No obstante, entendía mi situación y me daría un visado de turista de un mes para intentar apañar mis cosas, mi trabajo aquí. Le pedimos por favor que al menos me diera tres meses, que es el límite para ese visado, y aceptó. Me daban hasta final de marzo. Me dijo que preparara un recurso explicando otra vez todo, de forma breve, y lo presentara ese mismo día, aunque lo escribiera a mano. Y así lo hice. Qué extraña sensación de alegría, en medio de tanto drama, me dio como abogado el estar presentando un recurso en un país extranjero. Y, tratando de no mirar a los oficiales del mostrador, metí el papel en el buzón, al lado suyo.

Bueno, no era la noticia que deseábamos, pero al menos tenía hasta final de marzo, que no estaba mal. Y después del susto, tres meses me sabían a gloria.

Al cabo de unos días, volvieron a mandarme un mensaje diciendo que podía pasar a recoger mi pasaporte, y fui, por última vez, a la oficina. Ya tenía pensado lo que les quería decir. Y nada más llegar, a última hora de la tarde, la fila de espera era considerable. No obstante, mi “amigo”, que me vio entrar, me llamó directamente y antes de que me pudiera sentar me dejó el pasaporte en la mesa de malas maneras. Lo abrí, y vi que me daban hasta final de febrero. Dos meses. No quise discutirlo, no merecía la pena. Pero sí, una vez que tenía el pasaporte en mi poder, le dije que había pagado 100 euros por el permiso de residencia, y me habían dado un visado de 3 meses, que costaba 30, y que qué tenía que hacer para que me le los devolvieran. Él, con su cara de malas pulgas, me dice “Mira, te hemos hecho un favor, así que no vengas pidiendo nada más. Porque has ido a hablar con nuestro Director, ¿verdad?”, a lo que le contesté que sí, que había hablado con él, pero que no tenía nada que ver eso con el dinero que había pagado con el que me correspondía pagar por un visado de turista, y me dice “¿Turista?, mira qué visado te hemos dado”. Busco en el visado, y veo “Residence permit. Volunteer”.

Derrotado, impotente, sin ganas para nada, me levanté, les maldije mudamente cuando me había dado la vuelta, y me fui.

Me han dado el permiso de residencia que supuestamente no me podían dar, por ir en contra de la Ley, de manera que se han cobrado esos 70 euros por las molestias causadas, y además se han podido deleitar con el poema de mi cara al ver que me marcharé en febrero, sabiendo que tengo un permiso con el que podría estar aquí hasta agosto.

Podría intentar volver a Ruanda, pero estoy bastante seguro de que no me dejarían prolongar la estancia más de un mes. ¿Tendría sentido intentarlo? Pues sólo sería oportuno si pudiera venir a ayudar a hacer la evaluación, pero eso, en todo caso, ya se vería. Tenía planeado, es verdad, estar aquí hasta agosto para echar una mano con muchas cosas, pero tampoco volvería sólo por empeño, por querer estar aquí. No es eso lo que busco. Yo quería venir a ayudar, no venir a ayudar porque quería estar aquí.

Así que voy a volver a casa antes de lo esperado, pero creo que no sirve de nada quejarse, sino que hay que ser positivo, que nuestra vida no es las cosas que nos suceden, sino cómo las afrontamos.

Como dicen por aquí, “komera, komera!” (¡Ánimo!)

Me veo obligado a redactar un pequeño párrafo tras recibir muchos comentarios de ánimo. Quizás la foto es demasiado dramática. Es verdad que fue un golpe duro, y sigue siendo un fastidio, pero vuelvo a ver estos dos meses como un regalo y tengo el ánimo hasta arriba para aprovechar el tiempo a tope!!



Comentarios

  1. Javiiii!!! La verdad es que da mucha pena que pongan tantas trabas a gente que quiere ir a ayudar a gente que realmente lo necesita. Seguro que en este mes y medio largo que te queda por allí vas a darles mucho más de lo que crees. Aprovéchalo y disfrútalo al máximo!!! Te esperamos con los brazos abiertos
    Sanchez.

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