Murakaza neza, muchacho

Hoy necesito escribir. 

¿Recordáis aquella entrada? Tres años y medio después, vuelvo a necesitar lo mismo.

A varios os dije que este año quería contaros mis historias por otro formato, quizás en vídeo, en lugar del blog escrito que comencé con "Proyecto Ruanda". Pero es que hay experiencias que se transmiten mejor así, escribiendo.

También quería que mis primeras noticias, más allá del audio que muchos habéis escuchado, fueran menos intensas, más alegres (que no quiere decir más felices). Y motivos no me faltaban, pues hoy he firmado el contrato de alquiler de un piso increíble, y hemos pasado un día genial con mis compis de Zaragoza guiados por Elvira, otra compañera de trabajo que vive en la isla desde hace quince años y nos ha hecho un tour turístico y gastronómico para recordar. Porque además estos días sirven para conocer mejor a tus compañeros de trabajo y crecer en las relaciones personales.

Pero el día nos tenía preparada una sorpresa, casi para terminar la jornada. 

Ha sido en la última visita del día, cuando hemos paseado por Puerto de la Cruz, en el norte de Tenerife. Desde que hemos bajado del coche hemos empezado a ver grupetes de chicos subsaharianos paseando. Obviamente no eran turistas, aunque no hacían nada diferente al resto de personas que disfrutábamos de las vistas del mar. Eran algunos de los miles que llevan tiempo retenidos en las islas tras llegar en patera.

Poco a poco íbamos viendo más chicos, y lo que más me ha sorprendido ha sido la corta edad de la mayoría de ellos. Eran chavales. Yo ya sé que una persona de sesenta años no arriesga su vida cogiendo una barca y lanzándose al mar. Pero es que eran muy chavales, parecían todavía niños.

Y al seguir andando hemos visto el hotel donde están alojados. Lo hemos sabido porque se les veía en todos los balcones, observando el mar, que golpeaba con fuerza la costa.

Mucha gente pensará "mira qué bien que están, alojados en hoteles". A mí sin embargo me ha parecido una jaula de oro. El golpe ha sido demasiado duro para mi entereza, y no he podido evitar que se me cayeran unas lágrimas. Unas cuantas. ¿Qué estaba haciendo yo cuando tenía su edad? Había terminado el bachiller, mi contacto con el mar era la semana con amigos en Salou, sin más preocupación que preparar el veraneo que me esperaba por delante, antes de empezar los cinco gloriosos años de la universidad. Sin cargas, sin preocupaciones relevantes. Disfrutando la vida que se me ha regalado. Y por aquel entonces, muy alejado de Dios. 

Y todos estos chicos, por el motivo que sea, han llegado aquí con la única esperanza de encontrar una futuro mejor. Han dejado a su familia, su tierra, para arriesgar su vida, poniéndola en manos de las mafias que se aprovechan de su necesidad.

¿Quién es nadie para criticar eso? ¿nos hemos puesto alguna vez en su lugar? A nadie se le debería escapar que ninguno elegimos donde nacer y que todos somos personas, con el mismo derecho a buscar la felicidad.

Hoy ha sido un día duro y especial. He sentido que estoy donde tengo que estar, donde me pide Dios que esté. Me ha servido para situarme, para prepararme, antes de empezar el trabajo de verdad. No habrá suficientes días para dar gracias por la vida que se nos ha regalado. Y le doy gracias por poner a Andrea en mi vida, que lo ha hecho todo muy fácil desde el principio. 

Le pido a Dios que los acompañe a todos ellos, en el destino que les aguarde. Yo voy necesitar que Él me acompañe durante esta etapa, para actuar como un profesional sin perder la humanidad, para ser la cara amable de un sistema y una sociedad que funcionan mal. Y para ser evangelio en cada situación cotidiana.

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